domingo, 22 de marzo de 2009

El Pucho

Objeto de trasgresión inalterable en el tiempo.
No importa que ya no se publiciten a mujeres hermosas, hombres adinerados o galanes con el pucho en la mano envueltos en ondas de humo.

Para los adolescentes el olor a tabaco tiene un condimento para pasar los límites que los sigue seduciendo como lo hacía
Claudia Sánchez con los hombres en los años 70.

Estos últimos días dos hechos se me presentaron como fotografía de cómo el cigarrillo sigue impactando en los códigos de lo "prohibido".

El primer día de clases de un reconocido colegio secundario, cuando las luces del alba no asomaban todavía y en medio de padres que acompañaban a sus hijos con las caras denunciando una mala noche, casi atropellando a la multitud, a contramano de los que pugnaban de entrar a la escuela, una jóven de uniforme corto y andar apresurado dejó caer por accidente el cigarrillo que llevaba entre sus carpetas todavía vírgenes.

Era como llevar una pancarta que decía "Bienvenidos al mundo de la transgresión".

Unos pocos días después, y con un cigarrillo de cachada, de esos que se rellenan con talco y que se venden junto a otros que explotan cuando se encienden y que se consiguen para hacer bromas en despedidas de solteros, otra alumna, en este caso de quinto grado, logró seducir a todo su curso.

De lado quedaron las diferencias entre las "divinas" y las "populares", entre varones o mujeres, porque "la ídola" pasó a ser quien con cara de niña aspiraba a ser mujer junto con el cigarrillo trucho en su boca de la que emanaba un humo blanco de "talco para los pies".

Todos querían "el pucho" que ella llevaba en su mochila. Por una seca eran capaces de convertirse en sus mejores amigas o en sus súbditos.
La idea de hacer y vender cigarrillos "de mentira" llevó a los pequeños a armar puros de papel- casi como los hacía mi abuelo- y venderlos a los de primer grado.

El negocio les duró muy poco, en una pitada la directora estaba en el curso amenazando con hacerles firmar el libro de disciplina y esforzándose para que entendieran que vender un producto inexistente era algo así como querer vender "la luna" y no precisamente de manera poética.

La ídola del pucho escolar se pegó tal susto por todo lo que generó su "ilusión de tabaco, talco y papel glacé" que me parece que aprendiò la lección, aunque nadie le quita "haber estado tirando humito en medio del aula".

Con estos pequeños casos, recordé que cuando éramos chicos jugábamos a fumar como un escalòn que nos permitìa ser más grandes y semejantes a las señoras distinguidas.
Si hasta mi abuelo José me invitaba a tomar un "cafecito lavado" con él y me prestaba un cigarrillo apagado para que jugara a "hacerme la grande".

La transgresión que surgía en los gimnasios de las escuelas, los baños o los kiosquitos cercanos parece intacta con el paso del tiempo.
Y no importan las prohibiciones y las campañas "Fumar es perjudicial para la Salud".

Los escolares de ahora no conocieron "La Pura Verdad de Jockey Club ni sintieron que para ganar una carrera de Fórmula Uno debían fumar Marlboro Nº 1 del Mundo", pero lo que si conocen es el placer de la transgresión y del juego que da el cigarrillo.

Seguramente, recordarán com yo la primera vez que pusieron un cugarrillo sobre sus labios y sintieron màs el sabor de la adrenalina por lo prohibido que de la seca que dieron a medias para "que no se impregnara el olor" y los descubrieran.

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