martes, 27 de mayo de 2008

FLAMENCOS ARGENTINOS

El fin de semana pasado,Rebeca, la madrina de mi hijo Valentín de 6 años,tomó coraje
y emprendió viaje rumbo a la Laguna Mar Chiquita, con grandes y chicos.
De la mano de su amigo Alejo, recorrieron los maravillosos lugares de esta provincia, y hasta descubrieron los secretos de las paredes húmedas y derruídas de lo que el agua dejó.
Como un verdadero paseo educativo, los relatos de Valentín van desde los "hermosos flamencos argentinos, que son rosas y negros, hasta la laguna de sal que parece con nieve, pasando por el fantasma del hotel Viena que tiene el piso hundido por el agua".Capítulo aparte es el paseo en gomóm por la laguna,"que iba tan fuerte que volaba, y que además tenia como dos misiles que flotaban".
Como para asegurarnos que cuando vaya a cuarto grado no se olvide la lección le hacemos repetir una y mil veces sus nuevos conocimientos sobre que "el agua llega dulce por los ríos pero despúes se hace salada en la laguna,que abajo es más dulce y en la orilla más salada".
Es una suerte para él y para nosotros tener una madrina con tantas pilas como para salir de paseo sin pestañar con chicos y grandes -ya que también fueron sus padres- y que además le pone todo el afecto y la enseñanza para que quede en el corazón de Valentín la experiencia de esta maravillosa aventura.
Ah, me olvidaba... el pequeño ya está preguntando cuándo es el viaje a Brasil.

2 comentarios:

carlosalvaro.gatti dijo...

Que linda experiencia para esos pequeñines!!Naturaleza, flamencos, agua, y toda la historia de esa laguna que por momentos es toda una invitacion al misterio...ademas imagino entre la madrina y los papas, y los niños la tarde de charla, mates y chismes....jajaja...pequeños momentos, instantes que hacen que la vida sea mas llevadera no???

amiguita dijo...

Hola María Eugenia: Mar Chiquita, este era mi lugar de vacaciones!!!!.Esto ocurrió hace muuuuuchos años cuando era niña.Todos los eneros, partíamos en nuestro R 4, la popular Ranoleta, mi papá, mi mamá, y yo. Siempre se acoplaba algún abuelo o la tía Anita, esa tía soltera y costurera, que aparte de coser bellos vestidos, pantalones, y todo lo que imagines, amenizaba los días de sol y agua salada. Cinco días eran suficentes, eso decía mi papá, para disfrutar de las bondades del agua salada y del milagroso barro con el que se cubrían el cuerpo y que garantizaba un invierno sin enfermedades!!! Sin contar lo bueno que era para los dolores de huesos y otras cosas que ya no recuerdo. El Hotel Savoy, que luego se lo llevó el agua, era el elegido para pasar las tan deseadas vacaciones. Cuatro comidas, habitación amplia y un hermoso parquecito para tomar mates.Tu relato me renovó los recuerdos... Un besote.