lunes, 5 de mayo de 2008

Camino a San Antonio

Desde Oyola al “Yoquey”
pasando por “Anyelelli”.

Ayí donde la Valparaíso ya cambió el nombre, pasó la circunvalación y yegó casi al kilómetro 9, el pavimento yeno de baches deja lugar al camino de tierra.
Hasta ayí yo conozco.

El final del Camino San Antonio remata en un caserío campestre, de sencillas edificaciones, donde la gente se conoce por el nombre o por lo que hace, más que por su difusa dirección.
En una de las últimas casas, el vecino destacado es Don Oyola, el que cría chanchos, cabritos, chivitos, y que tiene una laguna llena de patos, gansos y donde deambulan unas gallinas que muy pronto irán a parar al puchero.
Es una vivienda donde se llama golpeando las palmas, donde te reciben primero los perros y por atrás los gallos que anuncian que ya viene el patrón.
Con venta “al kilo vivo”, es la referencia obligada para quien quiera comprar un lechoncito en su lugar de origen.
Eso sí, hay que ir primero para elegir a la “víctima”.
“Mire que lindo este bichito, el domingo tendrá el peso justo para la parrilla”, afirma Don Oyola.
“Venga a media mañana a buscarlo, se lo peso ese mismo día y ya la espero con el agua calientita en el brasero para después pelarlo”.
¿Ah… pero no me lo da vivo, no ?.. Pregunto aliviada.
Anyelelli
El dilema de dónde cocinar el animalito se resuelve fácilmente con otro dato de la vecindad.
“El Abel, en la ciudad Anyelelli, tiene un horno de pan, usted le lleva el lechón y él mismo se lo adoba y lo cocina”, recomienda Oyola.
Dueño de una dignidad que sólo da el trabajo en medio de una barriada que fue villa, Abel, panadero de oficio, tiene una “cuadra de panadería” que compró con un crédito de Cáritas y que le permitió trasladarse de la Villa a la vecina Ciudad sin perder su trabajo de años.
“Siempre hice pan, y me tuvieron que ampliar el crédito para la compra de la Estanciera para salir a vender panes, criollos y facturas por las quintas, los campos y los barrios vecinos”, remata este chaqueño adoptado cordobés.
“Mi caso llegó hasta el Vaticano -cuenta orgulloso el grueso panadero mostrando una foto- porque devolví todos los créditos con la creación de este emprendimiento”.
Con la otra mano, recibe el lechoncito que estará listo para la hora de almuerzo del próximo domingo.
Yoquey
Si lo que se intenta es encontrar la referencia exacta de estos lugares campestres y sencillos- donde se mezcla el temor a llegar hasta allí por los robos, los malandras y los barrios bravos que lo rodean- basta con ubicarse en el ingreso al Jockey Club y seguir derechito hasta que el camino se hace de tierra.
Tiene que cruzar la circunvalación, pasar la fábrica Porta, barrio Inaudi, los countries, el almacén de la Lili Quatrini, las dos Ciudades Angelelli y el ingreso a barrio Rivadavia.
Se va a dar cuenta enseguida porque la diferencia es que los caballos del ingreso al club son de bronce, en cambio los de Oyola, relinchan.
Y en medio de tanta “mala fama” que tiene la zona “hay mucha gente de trabajo, que es honesta, que no roba”, tanto entre los vecinos de Oyola, como entre los socios del Jockey.

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