lunes, 12 de noviembre de 2007

Las cuatro estaciones

Algunos lugares de las ciudades -cualquiera que sea- tienen escondidos rincones de historia, de paisajes o de personajes, sòlo hay que por los duendes barriales.
El sàbado a la mañana, con un solcito que entibiaba el comienzo del fin de semana, estacionè mi auto en una calle del barrio cordobès de San Vicente.
Uno de los màs tradicionales, populosos y hoy comercialmente importantes de la ciudad de Còrdoba, en Argentina.

Sobre el frente de una casona tìpicamente sanvicentina, con un altillo cubierto de una enredadera muy verde, habìa un gato negro que se paseaba orgulloso por el zaguàn distrayendo la mirada de la placa de bronce que estaba al lado de la puerta.
Aquì viviò Josè Malanca, rezaba, simplemente la placa.
Màs, abajo, escrito en lapicera otro cartelito ofrecìa "cañas tacuara a 1,50 pesos".
Al golpear las manos -como se hace en los barrios para llamar a los dueños de casa- saliò una mujer representando màs años de los que tiene, con un delantal sobre su falda y acomodando sus anteojos redondos.
La excusa fueron las cañas, las plantas, el verde del lugar, pero con esa expresiòn viva de la naturaleza, aparecieron ràpidamente los duendes del pintor.

"En ese altillo pintaba mi papà, ¿lo quiere conocer?, preguntò presurosa, quien ya se habìa presentado como Ana Marìa Malanca, hija melliza de Blanca y Josè.
Su mamà, una peruana que vino a la Argentina por amor, dejò el sello de su arte en poemas enmarcados al lado de las pinturas de su esposo.
Josè y Blanca, se habìan conocido en Lima, èl le mandò una carta, y ella, enamorada de sus profundos ojos azules, dejò todo y se vino a Còrdoba.

Todo era màgico ese sàbado antes del mediodìa.
Ingresar a la casa de Malanca es encontrar las mismas sillas que pintò en colores naranja y marrones, los aparadores del mismo color con guardas incaicas, repisitas en la misma lìnea y que fueron hechas por las manos del pintor.
"Mi papà decìa que si no hubiera sido pintor hubiera sido carpintero", explica presurosa Ana Marìa.

El interior de la casa es una explosiòn de colores, es como si el tiempo no hubiese pasado, y el padre estuviera en el altillo, mientras la madre poeta criaba a los hijos.
Los dormitorios se mantienen en un degradè de celestes, como lo hizo Malanca.
Una angosta escalera de madera oscura cruje sus escalones recorridos por el tiempo para llegar al Atelier.

En ese lugar, los segundos se detienen, Ana Marìa llora frente al altar que son las pinturas de su padre, mientras me lee un poema en el que Blanca lo despidiò cuando se lo trajeron muerto con la paleta de colores todavìa entre sus manos.
"Acà vivieron las cuatro estaciones, que ahora lucen en el Palacio Ferreyra".
Con el dolor del desagarro de algo muy querido, la hija, entre sollozos, explica que "todavìa no tenemos fuerzas para ir a verlas en otro lado, porque estuvieron aquì muchos años, y eran parte de la casa".

El deseo de Malanca, fue que las obras quedaran en la ciudad y si bien las quisieron comprar de museos internacionales, la familia respetò su voluntad.
El altillo, cobija todavìa amplios lienzos llenos de color y de paisajes del norte argentino y de Latinomerìca, que algùn dìa, tal vez no muy lejano, pasen a las paredes de vaya a saber que museo.
Y serà entonces, cuando la casa del Barrio San Vicente, pierda todo su color.

2 comentarios:

Hernán Reibel Maier dijo...

María Eugenia, es la primera vez que entro al blog.
Realmente me paracen muy interesantes las historias, las pinceladas de vida que narras.
Lo he recorrido repidamente y me gustó mucho.
Felicitaciones, ahí estaré en tus próximos post.
Saludos,

Hernán

carlosalvaro.gatti dijo...

Gracias a la magia de Internet, jajaja, en casa de Herrero cuchillo de palo, estoy sin tono en mi linea desde hace unos cuantos dias no pude entrar antes al Blog.

Lo de Malanca :soberbio. Que una limeña se animó a ir tras unos ojos claros, me trae recuerdos, cuando años atras me enamoré de una limeña de profundos ojos verdes...pero yo no me fui a Lima..